El Quijote oriental
El
Quijote que
leemos no es el mismo Don Quijote que se encuentra por todo el mundo en
bibliotecas de caoba, impreso en papel biblia, en tomos de cuero con letras
doradas. El libro que leemos es ése que nos regalaron a los ocho años,
ilustrado y adaptado para niños, que nos queda en la memoria para siempre; es
un Quijote personal. Pero no nos percatamos de lo valiosa que es esta relación
tan particular hasta que llegamos a leer el libro de Cervantes como adultos, y
allí nos encontramos finalmente con el verdadero.
Con los años, hemos madurado, y la historia
de El famoso hidalgo Don Quijote de La Mancha se ha vuelto más fascinante de lo que pudiéramos
imaginar en el transcurso de los años, pero también se torna melancólica,
reflejando la desilusión de un Quijote que pierde su fe en la humanidad. Es
precisamente en este nexo de experiencia literaria y análisis teórico en que se
vislumbran aspectos históricos del ambiente del escritor y su novela, que tal
vez nos permitan acercarnos a nuevas posibilidades de interpretación. ¿Es el Quijote una obra estrictamente
occidental, o existe la posibilidad, 113 años tras la expulsión semítica de
España, que su ubicación temporal la defina como obra híbrida cultural y
literaria? Es más; ¿es posible que el mismo Cervantes la escriba así,
consciente de habitar tal crítico cruce de culturas? Naturalmente, es imposible
considerar tales preguntas a no ser que sea retóricamente, no obstante el tema
de la realidad cultural que puede haber habitado Cervantes me fascina cada vez más.
En el primer capítulo del famoso libro, Orientalism, de Edward Said, el autor
presenta la vasta extensión que ha llegado a llamarse el oriente, geográfica y
culturalmente. Dice Said sobre la humanidad: “Men have always divided the world
up into regions having either real or imagined distinction from each other. The
absolute demarcation between East and West . . . had been years, even
centuries, in the making” (39). Anclado en la edad entre el Renacimiento y el
Barroco, Don Quijote demuestra la consciencia de aquella absoluta demarcación a que se
refiere Said; pero Cervantes es además un sobreviviente de guerra entre el
oriente y occidente, y producto de una tierra habitada por árabes por más de
700 años. En su vida como en su obra, creo que vemos más una fusión cultural
perfectamente equilibrada.
Hay
varios capítulos que obviamente describen los encuentros entre Don Quijote y
personajes árabes, moros y moriscos, pero me limito a una discusión de la
historia del Cautivo (I:39)) y la de los moriscos Ricote y Ana Félix (II:63).
La
historia del Cautivo en la primera parte aparece en un lugar en la narrativa en
que ya hemos leído varias novelas e historias intercaladas, habiéndonos
habituado a leer las historias escritas, como “El curioso impertinente”, y las
que se relatan a través de otros personajes, como lo es la historia de Marcela
y Grisóstomo y también las historias que se cruzan y reúnen a varios de los
personajes que están presentes cuando llega a la Venta el Cautivo con Zoraida.
Siguiendo un patrón similar al de Las mil y una noches, los lectores nos vemos
envueltos en historias que quedan enmarcadas dentro de los relatos de
personajes viajeros. La historia de Ruy Pérez de Viedma, el Cautivo, nos lleva
completamente fuera de la narrativa en que figuran Don Quijote y Sancho, ya que
los personajes salen de España y salen del espacio temporal más limitado de
otras historias. Es este aspecto se asemeja a las historias de peregrinos que
viajan a lo largo de la ruta de la seda, y a través de las cuales se instruye
al lector sobre pueblos, costumbres y eventos históricos que de otro modo no se
sabrían.
En
el capítulo XXXVIIII, la descripción de lo que lleva puesto el Cautivo, es
minuciosa: “. . . su traje mostraba ser cristiano recién venido de tierra de
moros, porque venía vestido con una casaca de paño azul, corta de faldas, con
medias mangas y sin cuello; los calzones eran asimismo de lienzo azul, con
bonete de la misma color; traía unos borceguíes datilados y un alfanje morisco,
puesto en un tahelí que le atravesaba el pecho” (240). Escrito en un castellano
salpicado de palabras árabes que en esa época son parte del tejido del
lenguaje, no deja de sorprender el cuidado de Cervantes como escritor en
describir detalles como estos. La descripción también continúa con Zoraida,
pero lo importante de ver en su personaje es su actitud, y cómo Cervantes nos
deja en pocas palabras señales de que, por un lado tenemos a un personaje
musulmán presentado como exótico, y por el otro, que los demás personajes saben
exactamente cómo interpretar su atuendo y su comportamiento, cuando Zoraida “ni
hizo otra cosa que levantarse de donde sentado se había, y puestas entrambas
manos cruzadas sobre el pecho, inclinada la cabeza, dobló el cuerpo en señal de
que lo agradecía” (ídem).
Se retratan además, personajes que, aunque se
interesan en saber su historia, no se demuestran de ninguna manera hostiles
para con el cautivo o con Zoraida. Dorotea, de hecho, es la única que parece
servir de portavoz de la opinión popular, cuando pregunta si Zoraida es
musulmana, diciendo que su silencio “nos hace pensar que es lo que no quisiéramos
que fuese”. La respuesta del cautivo, quien dice que ella quiere ser cristiana,
solo evoca de Luscinda la pregunta, “Luego, ¿no es bautizada?”, sugiriendo que
sólo se trata de una diferencia académica (241).
La historia del amor entre Zoraida y Ruy Pérez de Viedma transcurre a través de
tres capítulos, incluyendo el largo episodio en que Pérez de Viedma adquiere
los datos biográficos del propio Cervantes cuando fue prisionero de guerra, y
son páginas repletas de referencias e información sobre la cultura musulmana
que el narrador relata con completa autoridad. No hay duda de su verosimilitud.
El encuentro entre Pérez de Viedma y la cultura musulmana tiene mucho que es
posible analizar como el encuentro con “lo otro”. De acuerdo con Diane Sieber,
el episodio del retorno a España por mar y las experiencias en Cava Rumía, señala
un punto en que “Ruy Pérez has confronted alterity. His encounters while
imprisoned in Algiers inform both his depictions of alien culture and his
rereading of his former life in Castile” (Sieber 123). En efecto, el relato en
primera persona del cautivo determina la actitud positiva que el resto de los
personajes que están en la venta adoptarán con respecto a la unión de los dos
amantes. En cuanto a Don Quijote, Cervantes ha creado una escena que concluye
de manera solidaria, acercando a todos los personajes a la mesa, sentando a
Zoraida junto a Luscinda como dos amigas. Es entonces, como cierre del relato,
que Don Quijote encabeza su famoso discurso sobre las armas y las letras que
sigue en el capítulo siguiente (242).
Contrastando con la feliz resolución otorgada
a Ruy y Zoraida, en el capítulo LXIII la narrativa de la segunda parte se torna
característicamente pesimista. La historia de Ricote y Ana Félix se desarrolla
con el telón de fondo de la expulsión de los moriscos de España, en 1609. Si
consideramos que Cervantes la concluye sólo seis años más tarde, los efectos
del edicto de Felipe III se deben de haber hecho sentir precisamente en esa época.
La introducción de este episodio comienza anteriormente con el encuentro entre
Sancho y Ricote, que es su vecino en La Mancha, y quien le pide ayuda para
recobrar su dinero y rescatar a su hija, Ana Felix. Las circunstancias de esta
historia no se desarrollan como otras en que un personaje comienza a contarla.
Esta vez, con los recursos literarios de un autor de ficción realista moderna,
Cervantes lleva a los personajes a Barcelona, donde los eventos se desarrollan
en un arco narrativo, acción siguiendo a causa, y cada evento causando el
siguiente. Don Quijote y Sancho presencian el desenmascaramiento de Ana Félix
cuando su bergantín es capturado y se le lleva a las galeras para ser ahorcada.
--Ni soy turco de nación, ni
moro, ni renegado.
--Pues, ¿qué eres? –replicó el
virrey.
--Mujer cristiana –replicó el
mancebo.
--¿Mujer, y cristiana, y en tal
traje, y en tales pasos? Más es cosa para admirarla que para creerla. (632)
El carácter
emocionante de la narrativa en este punto, con sus reversos y peripecias, dejaría
muy orgulloso al mismo Aristóteles. La estructura, asimismo, de la escena en
que se captura el bergantín y Ana Felix—y luego su padre—se revelan ante todos,
funciona con debido suspenso ya que dos de los soldados del virrey han sido
muertos por la tripulación del barco de la muchacha que está vestida de arraéz.
Es un momento cinemátográfico que resultaría clásico y de rigor hoy en día. No
obstante, la escena posee mucho de los rasgos de los relatos en Las mil y
una noches en
que se detiene una pena mortal con la llegada del que es realmente culpable, o
de un personaje que cuenta su penosa historia y consigue ablandar el corazón
del califa que ha pronunciado la sentencia. En “La historia de las tres
manzanas”, un rey está a punto de ahorcar a su visir cuando se descubre el
culpable y cuenta su historia, lo que lleva a otros relatos hasta que
finalmente se desenreda el misterio. De acuerdo con Husain Haddawy, el
traductor de la más completa versión hasta ahora, The Arabian Nights está lleno de sorpresas y
accidentes que producen lo inesperado; “Yet both the usual incidents and the
extraordinary coincidences are nothing but the web and weft of Divine
Providence, in a world in which people often suffer but come out all right at
the end” ( Haddawy xv). Además, afirma Haddawy, que los personajes demuestran “el
placer de una aventura maravillosa y un sentido de asombro que hace posible
vivir la vida, mientras que los lectores se benefician al escapar a un mundo exótico
en que se cumplen los deseos, y los actos de transformación se pueden apreciar
en términos freudianos como la satisfacción de superar un obstáculo” (íbidem)
(mi traducción). En la segunda parte de Don Quijote, claro está, su mundo se ha
dado vuelta al revés, y Don Quijote tiene pocas razones para disfrutar su “aventura
maravillosa.” Sin embargo, constato que los mismos elementos culturales que
forman parte de los recursos literarios, existen en la imaginación de la época,
y son inextricables del tejido de esta obra.
Ahora
bien, la estructura de la expulsión de Ricote es una que se entrelaza en el
hilo de la narrativa, comenzando en el capítulo 54 y resurgiendo más tarde
habiendo cambiado ya las circunstancias de la familia. Cuando Ricote entra en
escena, la narrativa está en movimiento. La acción avanza hacia adelante con un
fijo propósito, que es el de llevar a Sancho Panza a encontrarse con Don
Quijote. Al hallar a su antiguo amigo y vecino nos encontramos con dos páginas
de diálogo y varios pasajes de exposición en que se explica cómo se han
desarrollado los eventos del edicto de expulsión. Aunque el episodio es breve,
y luego volvemos a seguir a Sancho sin que se haya cambiado la dirección, el
abarcamiento de la novela ha cambiado radicalmente, y de manera similar a lo
que ocurre en la primera parte durante la historia del Cautivo: El mundo
exterior o histórico ha entrado en la novela. Estos dos son puntos claves,
aunque tienen efectos diferentes. Cuando aparece Ruy Pérez con Zoraida, el
mundo exterior no entra en la novela directamente, sino que la narrativa nos
lleva fuera en sentido geográfico al salir de España, pero sólo temporalmente,
ya que el presente de la narrativa continúa tomando lugar en la venta. Es mediante
la narrativa en primera persona que llegamos a la prisión de Argel. Es más,
dentro de dicha narrativa, llegamos al tiempo en que Zoraida vive antes de
conocer a Ruy Pérez.
En
la segunda parte, la trama de la novela realmente incluye la realidad del
edicto, de la situación en que Ricote ha sido separado de su esposa y su hija,
y más adelante en Barcelona, el desenlace parcial en que Ricote se reúne con
Ana Félix. De nuevo, Cervantes introduce, en el personaje de don Gaspar
Gregorio, la posibilidad de una unión matrimonial entre un cristiano español y
una mujer que esta vez es descendiente de musulmanes. Se puede tal vez sugerir
que el autor de esta trama desea proponer la aculturación musulmana en España,
especialmente en vista de que los moriscos son ya conversos, y no “moros”.
Cervantes claramente describe los intentos de Ricote de permanecer en España
como cristiano, y la situación en que, a pesar de ofrecer “liberalmente”
(LXIII) su dinero, se encontraría ya que el edicto le ha despojado de su hogar
y sus bienes. Christina Lee, escribiendo en Hispania sobre el carácter poco fiable
de Don Antonio Moreno, opina que a pesar de el retrato halagador de Moreno, “.
. . muy al contrario de la exposición propagandista que nos hace el narrador
aquí, el don Antonio que se va desmarañando es otro; sí ‘rico y discreto’ pero
también fraudulento, avaro, calculador y cruel” (Lee 33). De hecho, a medida
que se desarrolla el encuentro con don Antonio, Don Quijote queda mal parado,
ridiculizado, y enfermo. Es un cruel desencanto el que presencia el lector en
estos últimos capítulos que, a pesar de haber sido escritos con gran prisa como
muchos estudiosos afirman, contienen elementos brillantes que retratan una época
posiblemente decisiva para la nación que se deshacía de su propia gente,
vaciando sus costas de los “otros”, aquellos que todavía, escasamente, se
pudieran definir como tales. Con el final inconcluso de la suerte de Ricote, y
de Ana y Gaspar, se divisa ya una España que se va quedando casi tan vacía como
las ilusiones de Sancho y Don Quijote.
En conclusión, Don Quijote es una obra cuyo
autor, Miguel de Cervantes, decide co-escribir con un ficticio historiador
musulmán para relatar la historia de un ingenioso hidalgo, pero también de su
cultura. En Don Quijote, se encuentran dos puntos claves, en la primera y
segunda partes, en que la creación de personajes moros y moriscos en roles
principales realzan la verosimilitud de la obra. Las historias de Ruy Pérez y
Zoraida, y de Ana Félix y su padre Ricote, posicionan la narrativa en contacto
con el mundo histórico exterior, algo que pocas novelas logran con éxito aun
400 años más tarde. Situada en un lugar y una época de crisis cultural en España,
en que un importante sector de su población se desgajaba por segunda vez, Don
Quijote es una obra de origen híbrido que comenta con una voz universal sobre
la condición humana. En su totalidad, el Quijote es una obra como ninguna otra,
y es difícil, sino imposible, juzgar el efecto que obras anteriores tuvieron en
ella ya que casi toda la narrativa occidental que le sigue ha sido influenciada
por El Quijote.
Cuadro original en óleo de José Romo Vargas, pintor chileno |
Bibliografía
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